La lejanía del estudio familiar de Pérez Arroyo de Barcelona, epicentro animado del momento, y sus consecuencias —ausencia de iguales, de tejido industrial, de proyectos comunes…—, así como su misterioso final, se tradujo en una falta importante de datos sobre su obra a tenor de las pocas reseñas que sobre la misma se habían escrito, —ocupando apenas unas pocas líneas testimoniales o algunas páginas en el mejor de los casos—. En ese sentido, el trabajo más extenso sería el realizado por Emilio de la Rosa en Cine de animación experimental en Valencia y Cataluña (1999: 95-106), donde podemos leer acerca de un valenciano llamado Joaquín Pérez Arroyo y de cómo entre 1943 y 1947 realizó una serie de siete cortos de animación en 35 mm para CIFESA que giraban en torno a un personaje llamado Quinito. Unos cortos de los que se conservaría la documentación exigida en aquellos años y las copias de alguno de ellos en distintas filmotecas, pero poco más. Esta escasez de información, pero sobre todo la sugerente descripción del contexto que de la Rosa hace del clan Pérez Arroyo, alimentó el interés por ahondar en este caso. Un escenario que grosso modo podemos resumir así: En plena posguerra, una familia de animadores, padre e hijos, ayudados por amigos, trabajaron en su propia casa de manera autodidacta para una major, para después, en una segunda época, acabar haciendo películas ex profeso para proyectores de juguete.
Así las cosas, conocer a esta peculiar familia y su modo de trabajo, tan alejado de otros estudios contemporáneos, se tornó en imprescindible.