El equipo

Desde el principio de su andadura cinematográfica Pérez Arroyo se rodeó de su propia familia, así, en Publicidad Levante la primera de sus estructuras de producción anterior al Estudio Pérez Arroyo—, se hizo acompañar de sus dos hijos: Joaquín y Alberto Pérez Maset. Un pequeño círculo que iría ampliando a medida que las producciones se fueron serializando y tornándose más complejas —cualquier corto de Quinito exigiría una media de 25.000 dibujos— para reducirlo, seis años más tarde, a medida que se adentraban en la postrera etapa de la animación doméstica. De este modo Pérez Arroyo llegó a emplear también a las novias y amigos de sus hijos e incluso a su propia mujer en ocasiones puntuales. Pero además de familiar el Estudio Pérez Arroyo era doméstico en su máxima literalidad, pues nuestro genio adaptó dos estancias de la misma casa en la que vivían: destinando una a la animación y filmado y otra al color de acetatos y fondos. Si a todo ello añadimos el componente autodidacta no sabemos de ningún contacto profesional ni formativo previo el Estudio Pérez Arroyo se alejaba aún más de los estándares profesionales de la época, lo que acabó convirtiéndolo en un caso realmente curioso.

Fue allí como, a las órdenes de Pérez Arroyo y en un contexto para el cortometraje cambiante e incierto —debido, entre otros, a la obligatoriedad del No-Do—, se embarcaron en distintos momentos en la realización de sus animaciones los siguientes artistas:

Joaquín Pérez Arroyo (Lucena, Córdoba 1892-Valencia; fl 1966) fue el patriarca del clan objeto de nuestro estudio y, a decir de quienes lo conocieron, alguien carismático y de gran magnetismo personal. Desde bien temprano mostró inquietud por lo artístico como lo atestigua el fresco pintado en 1914 en la bóveda del casino de Lucena y, aún sin formación reglada en ese campo, dedicó toda su vida al hecho creativo en sus más variadas formas, siendo —a veces simultáneamente— documentalista, animador, inventor, dibujante de tebeos, músico aficionado y pintor; su verdadera pasión. A pesar de ser valenciano de adopción, conservó toda su vida un marcado acento andaluz y mantuvo el contacto con su tierra a la que retornaba con frecuencia para visitar a su familia —compuesta por ¡dieciocho hermanos! — en vacaciones o, una vez jubilado, para hacer alguna exposición de pintura. Y cuando no le era posible, a partir de 1955, minimizaba la nostalgia en la Casa de Andalucía de Valencia de la que era asiduo. Su origen no es baladí y en sus producciones queda patente un amor por su tierra que se puede confundir con aquella españolidad reduccionista e impuesta, propia del Régimen que le tocó vivir. Así, los toros, el folclore y los dejes andaluces se hallan muchas veces presentes tanto en sus películas animadas y tebeos como en sus cuadros.

Descendiente de una familia de posibles su padre, Fco. Pérez,  fue primero propietario de una empresa de fósforos (Cerillas La Palma) y después terrateniente fue el primero de los nueve hijos que Francisco Pérez tuvo con su segunda mujer. Por ello que no es de extrañar que cuando Pérez Arroyo presta servicio militar en la Capitanía General de Valencia, en el que sería su primer contacto con la ciudad, lo hiciera como soldado de cuota1. De esta estancia en la capital del Turia surgió una relación con Teresa Maset Gamborino, también de abolengo y hermana del prestigioso pediatra Jesús Maset, que, cimentada sobre un espíritu bohemio compartido, cerca del año 1918 acabaría en boda. Pero el fallecimiento del padre le obliga a regresar a Lucena para hacerse cargo del patrimonio familiar como primogénito que es de la segunda rama familiar. Sin embargo, como es común en muchos artistas, sus dotes de gestor dejaban mucho que desear y son sus propios hermanos los que le invitan a delegar y a regresar a Valencia a seguir su vocación artística, ciudad que a buen seguro le ofrecía muchas más posibilidades que Lucena.

Tras su asentamiento definitivo en Valencia poco sabemos de su trayectoria profesional y personal, únicamente que es padre de Joaquín y Alberto en 1920 y 1922, respectivamente, y que en 1932 regentaba una empresa de aerografía. Un negocio que prestaba servicio de color a la importante industria del abanico local con origen en la Real Fábrica de Abanicos y que lo mantuvo en contacto con ella hasta los primeros años de la posguerra. Por otro lado, según la familia, se da por seguro el trasvase regular de dinero desde Lucena y la percepción de varias herencias a lo largo del tiempo.

Pero la Guerra Civil acabó bruscamente con un modo de vida holgado. Peréz Arroyo es movilizado por la República y aunque debido a su edad se libra de ir al frente, deberá encargarse de labores de vigilancia.  Al tiempo, y debido a los bombardeos que sufre la ciudad de Valencia decide refugiarse con su familia en un chalet de veraneo sito en la vecina Benimamet (Calle del Ave María, 13), donde combina diversas actividades para sobrellevar la penuria sobrevenida con la ayuda económica que Jesús Maset les brinda regularmente. Así, lo mismo pinta abanicos para las milicianas como trabaja de acomodador en el cine de la localidad, un desempeño este que sin duda alimentó su bagaje cinematográfico. Debido a su carácter extrovertido, su estancia en Benimamet le granjeó sólidas relaciones con la familia Gil Panach, propietarios del magnífico chalet adyacente2 y casi con toda seguridad  con el maestro Burguete, que ensaya con su banda en el mismo cine Cervantes en el que Pérez Arroyo trabaja. Burguete acabará miembro de la Orquesta Sinfónica de Valencia y musicará Quinito sangre torera (Pérez Arroyo, 1947), la película más celebrada de Pérez Arroyo. El mismo día del final de la Guerra Civil (1 abril de 1939), su hermano Antonio, oficial farmacéutico del ejército del aire del bando nacional, parte desde Lucena uniformado y en coche al rescate de Pérez Arroyo y familia de los que no tiene noticias desde hace tiempo, encontrando a Pérez Arroyo, por primera y única vez en su vida, con un aspecto lamentable.

Al poco del final de la guerra, Pérez Arroyo regresó a la ciudad de Valencia y dándole un sorprendente giro de 180º a su vida comenzó, a sus ya 46 años, su andadura cinematográfica desde el campo publicitario. No sabemos a instancias de qué o quién, pero a partir de la empresa Publicidad Levante inició una carrera animada que no terminaría hasta dieciocho años después en el cine doméstico, dejando un interesante legado por descubrir y reconocer.

Atendiendo a los cuadros técnicos presentados a Censura y conservados en el Archivo General de la Administración, en una producción estándar del Estudio Pérez Arroyo, como la serie Quinito, el mismo desempeñaría las funciones de «Director», remunerada con 2.000 pts mensuales, así como la de «Guion» —que incluía las letras de los números musicales— y la de «Operador», con 500 pts. Además también sabemos de su empleo en «Decorados», aunque fuera de manera extraoficial.

Alberto Pérez Maset (Valencia, c.1922-c.1985) fue el menor de los hijos de Pérez Arroyo y tuvo una formación artística reglada: se licenció en Bellas Artes por la Facultad de San Carlos de Valencia. Perteneció a la primera promoción tras la Guerra Civil (1940-1945) y entre sus compañeros de carrera estuvieron Amadeo Gabino, Ricardo Zamorano, Jacinta Gil Roncalés, Federico Ordiñana, José Esteve Edo, Carmelo Pastor Plá, José Luís Hidalgo Iglesias, Francisco Sebastián Rodriguez o Rafael Rubio Vernia3. Futuros artistas todos que recibieron la docencia de Salvador Tuset, Sanchís Yago, Alonso Roig o Felipe Mª Garín y Ortíz, entre otros profesores.

Con el devenir de la investigación, sorprendentemente, Alberto se reveló como mejor animador que su padre, como podremos comprobar en la posterior etapa del cine doméstico, donde cada uno firmó por separado sus propias películas. Sin embargo, Alberto será más conocido por su faceta de dibujante de tebeos que por la de animador pero, al contrario que muchos  historietistas, haciendo el camino inverso, pues se inició  en las publicaciones desde la animación. Curiosamente, también en este ámbito trabajará con su padre, participando ambos en diversas revistas de tebeos, llegando incluso a coincidir en la cabecera Cubilete.

Así, por la mencionada calidad, su rol en la etapa de Quinito fue el de animador principal («Animador»), cuyo sueldo estaba estipulado en 750 pts.

Joaquín Pérez Maset, dos años mayor que Alberto, fue el otro puntal de las producciones animadas del clan y aunque no tuvo una formación artística su creatividad e ingenio estuvieron a la par con los de su hermano y su padre, como comprobaremos más tarde al patentar, junto con Alberto, curiosos juguetes. La vida de ambos hermanos no pudo ser más cómplice ni más paralela ya que trabajaron siempre juntos, tanto en su etapa animada como en las posteriores, siendo socios en distintos negocios. Además, sus mujeres fueron las coloristas del estudio; Alberto se casó con Tina Samaniego y Joaquín con Matilde Morales Navarro, compartiendo rutinas, ocio y viviendo puerta con puerta toda su vida incluso llegaron a comprar el mismo modelo y color de coche.

Su perfil técnico lo convirtió inicialmente en el «Ayudante de operador» del estudio, lugar desde que, con el tiempo, ascendió hasta «Operador», relevando a su padre y recibiendo 500 pts. mensuales por ello.

 

Como era costumbre en los estudios, la labor del copiado de línea y del coloreado de los acetatos —«Calcadoras» y «Rellenadoras», en femenino según el cuadro técnico— corría a cargo de las mujeres. En el caso del Estudio Pérez Arroyo ocurría otro tanto y las novias (luego esposas) de Alberto y Joaquín junto con Amparo Nicolau Navarro, Amparito de Benimaclet, (Valencia, 1918) indistintamente y según las necesidades de cada película, se encargaban de pasar a tinta los dibujos sobre los acetatos para después colorear el envés de los mismos4. La labor de calcadora se remuneraba con 400 pts. al mes y la de rellenadora con 300 pts. Tina Samaniego, cuyo verdadero nombre era Vicenta Fayos Sanchis, además figuró como responsable de «Decorados» en hasta cuatro de las películas de la serie Quinito.

En cuanto a Matilde Milagros Cristina Morales Navarro, si bien trabajar en los años cuarenta en animación en España resultaba curioso, su historia previa a esta etapa todavía lo es más. Nieta de uno de «los últimos de Filipinas» nació en Almería en 1924 y fue una niña prodigio que asombró a la España de entre los años 1933 y 1936 con su arte declamatorio. Con el nombre artístico de Matildita Morales, sus giras la llevaron por los teatros de Sevilla, Valencia, Alicante, Granada, Cartagena, Melilla, Córdoba y Madrid, permitiéndole conocer a lo más selecto de la poesía nacional como a Rafael Alberti, los hermanos Machado, Manuel de Góngora o al mismo Federico García Lorca. Fue la Guerra Civil la que truncó una incipiente pero prometedora carrera que la habría podido llevar hasta el cine, de hecho hubo negociaciones con ECE (Ediciones Cinematográficas Españolas) para participar al lado de la afamada Raquel Meller en Lola de Triana y conversaciones menos sólidas con CIFESA, para futuras películas de Florián Rey. Todo ello convirtió a Matilde, paradójicamente, en la primera persona del estudio en tener contacto con las majors del momento, algunos años antes que Pérez Arroyo5. Pero el amor por la poesía no lo perdió nunca y continuó declamando en reuniones familiares e incluso durante el trabajo en el propio estudio, donde llegó a contagiar a la mencionada Amparo Nicolau, en la que despertó una vocación escondida que llevaría a esta a componer sus propias aleluyas, muy celebradas en su barrio de Benimaclet.

Entre los colaboradores más o menos ocasionales del estudio podemos encontrar, provenientes de la cantera de amigos de Bellas Artes de Alberto, a Juan Luis Antonio Chuliá Hernández y Víctor Manuel Gimeno Baquero. Chuliá trabajará como segundo animador en Quinito y la flauta mágica (1944) y en la posterior Quinito sangre torera (1947) con un sueldo de 500 pts en la primera y de 1.000 pts. al mes en la siguiente. Con el tiempo se convertiría en catedrático de dibujo y director de la Escuela de Artes y Oficios de Soria (1963).

Por contra, la colaboración de Víctor Manuel, don Víctor, tuvo lugar en los orígenes, cuando Publicidad Levante solo se dedica a la publicidad para cines, pero debido a su íntima amistad con Alberto la relación se prolongó más allá de estas primeras películas y continuó durante toda su vida, a pesar de tomar derroteros diferentes D. Víctor llegó a ser miembro fundador del informalista Grupo Parapalló. A decir de la hija de Alberto, don Víctor, era uno más de la familia. En cuanto a sus funciones dentro de la producción, conociendo su posterior trayectoria artística como profesor en la Facultad de Bellas Artes de Valencia, es posible que desempeñara labores creativas y/o de diseño. Don Víctor falleció en el 2012 siendo catedrático emérito de «Dibujo del natural en movimiento», tras una vida consagrada a la docencia.

Mientras, la música original corría a cargo del maestro Emilio Martínez Lluna, Larsen (Aldaya 1913- Madrid 1986) que fue profesor de contrabajo del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, miembro de la Orquesta Nacional de España así como de la banda municipal de la capital. Además de hermano de la soprano Carmen Martínez Lluna. Su nombre aparecerá asociado de principio a fin a todos los cortometrajes animados de Pérez Arroyo, tanto los dos pertenecientes a la etapa de Publicidad Levante —De la raza calé y Noche de circo— como los de la serie Quinito realizados hasta 1944 —al año siguiente se trasladaría a Madrid al obtener la plaza por oposición. Composiciones estas últimas por las que percibía 2.000 pts. mensuales.

José Burguete Guillém (Benimamet, 1901-1698), amigo de Pérez Arroyo desde la guerra y miembro de la Orquesta Sinfónica de Valencia, tomó el relevo musical a Larsen cuando este se instaló definitivamente en Madrid, por lo que su participación se redujo a musicar el último de los cortos de la serie de Quinito: Quinito sangre torera (1947). Sin embargo, hay indicios (SGAE) de que también pudiera haber coparticipado, junto a Larsen, en la música del primer corto De la raza calé (1942). En ese sentido, su hija Conchín Burguete (1927), recuerda las visitas de Pérez Arroyo a su casa de Valencia para tratar la música de unos dibujos animados, justo en ese año de 1942. 

El nombre de Carmen Arenas, Carmita (Madrid, 1919-2011) aparece por primera y única vez en el cuadro técnico de Quinito errante (1943), pero es de suponer que lo hiciera en el resto de la serie. Carmita, durante los años cuarenta, trabajó en Radio Madrid hasta que inició un largo periplo profesional de más de veinte años por distintos medios radiofónicos y televisivos de Cuba, Méjico y Puerto Rico. Fue la pionera de las voces infantiles y adolescentes en el doblaje español siendo, entre otras, la voz de Shirley Temple. También, dobló al ratón Dixie (de Hanna-Barbera), mientras trabajó en Cuba, y a su vuelta a España, en 1973, al Osito Misha —mascota de los juegos olímpicos de Moscú de 1980— cerrando un círculo en el doblaje de los dibujos animados que inició en 1943 con Quinito.

  1. A partir de 1912, por un importe que variaba entre las 1.500 y 5.000 pts en el caso de Pérez Arroyo fueron 4.000-, se podía reducir la prestación militar obligatoria de tres años a entre cinco y diez meses, así como elegir destino —evitando el peligroso frente de Marruecos, algo solo al alcance de familias acomodadas
  2. Hoy biblioteca pública Teodoro Lorente
  3. Algunos fundadores de grupos artísticos como Estampa popular o Parpalló
  4. También podríamos incluir a Teresa Maset Gamborino, esposa de Pérez Arroyo y colorista accidental en momentos de gran volumen de trabajo
  5. Véase: Antonio Sevillano, «La niña Matildita Morales» https://www.diariodealmeria.es/almeria/nina-Matildita-Morales_0_312568945.html y Manuel Artero, «La increíble historia de la recitadora Matildita Morales» https://www.lavozdealmeria.com/noticia/5/vivir/189899/la-increible-historia-de-la-recitadora-matildita-morales